Vuelven los días de verano, las tardes en la playa y la necesidad de disfrutar del clima en todo su esplendor. Salir de la ciudad, descalzarnos y sentir que pisamos algo que no sea asfalto.
Celebramos cuatro meses de viaje, así que nos vamos a un mirador a contemplar la ciudad en su conjunto.
Mucha gente me habla de esta panorámica de Barcelona. A much@s nos atrae de una forma inexplicable.
Tras pisar de nuevo la costa del Maresme, volvemos a encontrarnos con esta silueta que tanto nos seduce. Hay quienes, incluso desde la ciudad, recuerdan esta imagen a una hora concreta, al atardecer. Es en ese momento, cuando la ciudad se pinta de azul y nada de su interior se percibe, gracias al contraluz que genera el sol.
Para mí, el skyline de Barcelona es la imagen que mejor la define. Empezando por la última burla a la ley de protección de costas, a merced de Starwood Hotels, hasta llegar a las tres chimeneas de la Central Térmica del Besós.
De todo cuanto vemos aquí, lo único que nos puede resultar más familiar son las tres chimeneas. Por feas que sean, forman parte de nuestra percepción infantil. A mí me servían de señal: al pasar tres tubos de hormigón la ciudad acababa y ya quedaba poco para que empezara el domingo de playa!
Y son muchas las percepciones sensoriales puestas en esta incineradora, la que nos ha servido como punto de referencia a quienes habitamos la Condal. El monstruo de hormigón nos ha relacionado de forma cognitiva con la ciudad. Si quitan este faro de tres torres, much@s perderemos la orientación infantil!
La ciudad desde aquí es muy evocadora y, particularmente, creo que su capacidad de seducción nos vence por mostrarnos un paisaje urbano que bien la define en sus tres últimas décadas.
Una contradicción horizontal que, paradójicamente, nos cautiva abriéndonos una gran cantidad de interrogantes.La odiamos y, a la vez nos sentimos atraíd@s por ella, somos parte de su incoherencia así como partículas de sus vasos linfáticos.
La ciudad que nos ha tocado vivir ahora, disimula un pasado de calles sórdidas. De industrias y talleres tan abundantes como imprentas tenía. Trabajando a un ritmo ya fatigado, las máquinas dejaron de funcionar para dar lugar a solares, que hicieron de los barrios un paisaje discontinuo de bloques.
Era una Barcelona que quedó fotografiada en nuestras retinas infantiles, una ciudad imperfecta. La Barcelona que veíamos de la mano de nuestros padres, la vislumbramos hoy como un escenario esfumado al Planeta Imaginari. Una Bilbao mediterránea que, a golpe de evento, las dos ciudades han caminado juntas de la mano.
Parece como si siempre hubiéramos tenido tan cuidada la imagen de Gaudí, como si los escaparates afrancesados de El Born fueran tradición. Tengo algún recuerdo de infancia en las playas de la Vila Olímpica y, en realidad, por entonces no había playa!.
Yo tengo el espejismo de una ciudad portuaria, la que nadie apostaba por un lavado de cara como lo hizo Barcelona Posa’t Guapa. Incluso nos dijeron que los barceloneses éramos gente vital, elegante y positiva. Nos lo creímos y nos dejamos cambiar el carácter gamberro por uno de mentira.
Por mucho que se empeñe en disimular su pasado de marineros y putas, es difícil borrar la Barcelona industrial y portuaria de su skyline. Y quizás eso es lo que tanto nos atrae. Tras los últimos veinte años, en los que esta ciudad ha sido entregada para ser transformada, ha generado paisajes tan caprichosos como este.
Desde aquí, Barcelona evidencia su existencia contradictoria. Es como tener ante nosotr@s a Samantha de Tino Casal, la reina de la noche pasada ya de vueltas. La Samantha de la Condal deja el Anís del Mono por el Juvé & Camps y nos lleva a un estado de amnesia para olvidar las palomitas que se pimplaba.
Tras reinventarse por unos Juegos Olímpicos y por un Fórum de las Inmobiliarias, Barcelona vive actualmente una quietud nostálgica. Un parón en la fiebre de expansión. Se palpa en el ambiente como una balsa serena, «las ciudades son de los ciudadanos» que reflexionan ahora sobre la insustancialidad que genera una identidad de mentira. Quizás estamos en el punto de inflexión para llegar a una identidad real. La que no excluye la variedad de particularidades que conforman una Barcelona en plural.