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Crónicas Peste Negra

La Peste Negra en Barcelona (4/4)

Cuarta parte: el Sabio

(aquí la tercera parte)

El mensaje de la Universidad de Montpellier no dejaba ningún tipo de duda. Era una plaga. La peor jamás vista. Asolaba los puertos del Aegeo, Jónico, Tirreno, Ligurio y el Golfo de León. Siempre con los mismos síntomas, matando entre veinticuatro horas y cinco días después. Muy pocos sobrevivían.

Montpellier era la universidad más prestigiosa en medicina de toda la cristiandad y estaba avisando a la de Lleida, su hermana al otro lado de los Pirineos.

Lección de disección en Montpellier, s.XIV

Los colegas (co-elego, «escogido para lo mismo») de Montpellier fueron alumnos de Arnau de Vilanova, el médico más importante de los últimos mil años. Gracias a él, la conexión entre las universidades de Montpellier y Lleida eran como dos habitaciones a lado y lado de un mismo pasillo. Arnau fue el médico del abuelo de Pedro IV y residió en Barcelona antes de ser el magister medicinae de Montpellier. Sintetizó los tratados musulmanes y hebreos, renovándolos con la nueva doctrina, a la que añadió sus enormes conocimientos de farmacopea. Sus obras se estudiaban por toda Europa.

Pero el maestro Arnau ya tuvo una larga vida y descansa en paz. Uno de sus alumnos en Montpellier, Guillem de Béziers, fue el primer catedrático de medicina de Lleida. Ahora el peso de seguir su conocimiento y filosofía recae en Jaume d’Agramunt, el actual catedrático.

Todavía con la carta en la mano, Jaume elucubra y murmulla. Era de especial importancia no caer en la superchería, no creer en la magia. Solamente la Lógica y el pensamiento racional pueden llegar a conclusiones universales. Un médico debe guiarse por lo que ve y por lo que sabe y sus objetivos deben ser prevenir y sanar tanto la herida como la enfermedad. La medicina debe ser una scientia, algo predecible y mesurable. El corpus, toda la información recopilada, debe redactarse en latín para así compartirla con Salerno, Coimbra, Salamanca y donde fuese necesaria.

Rectorado de la Universidad de Lleida, en la actualidad

El médico licenciado era una autoridad, amparado por su conocimiento y acreditación universitaria. Es por ello que musulmanes, judíos y mujeres no podían acceder al cargo, aunque era sabido que estos tres grupos actuaban en la sombra o en la clandestinidad, a veces incluso con éxitos sorprendentes.

De hecho, eran tan pocos los que podían licenciarse como médicos, que obviamente existía una órbita de sanadores y barberos, muchos por libre y otros como ayudantes. La Universidad de Lleida apenas licenciaba dos médicos al año. Los estudios eran costosísimos y los exámenes muy rigurosos. Los requisitos para acceder incluían conocimientos fuera del alcance de la mayoría y cartas de recomendación.

Pero volviendo a las enseñanzas del maestro Arnau de Vilanova, la medicina debía ser utilitas, útil, para justificar su propia existencia. Especular y opinar eran un sinsentido y desprestigiaban al médico si no se acompañaba de una práctica médica efectiva.

Jaume II, Constituciones catalanas 1283

Tener la Universidad de Lleida era una suerte enorme, a la que había de dar gracias a Jaume II el Justo, el rey trovador, que dijo «mis gentes no pueden mendigar ciencia en otras tierras» (1299). Ojalá sus palabras sean recordadas por siempre. Se escogió Lleida porque quedaba a igual de lejos a aragoneses, catalanes y valencianos. Fue la primera en hacer autopsias y la primera en tener enseñanzas especializadas en cirugía de la península ibérica.

Sin embargo, la Universidad había cambiado en sus cincuenta años de existencia. Pedro IV apenas ponía dinero encima de la mesa, y cuando lo hacía era para primar los estudios de derecho civil y canónico. Al menos, quedaba una vistosa biblioteca con traducciones del árabe y el hebreo al latín y al catalán como herencia de aquellos primeros años.

Con todo esto en mente, Jaume d’Agramunt debe ponerse a trabajar de inmediato en este tema. Pese a que nunca ha visto a ningún contagiado, tiene las detalladas descripciones que le han enviado. La forma de contagiarse sí se asemeja a otras plagas, y la mayoría de los síntomas se conocían por separado. Tenía que haber un patrón, una causa, una forma de prevenir y una forma de curar.

Fechas de fundación de las universidades europeas

Jaume recorre la biblioteca arriba y abajo, quizá con la ayuda de su colega inglés Walter de Wrobruge, tomando notas con tinta y pergamino. Hay varias premisas que marcan la investigación: una, que la plaga abarca tanto oriente como occidente, es universal. Por tanto, el origen debe ser una primum movens, pues así lo explicaba Abu Ma’shar, el astrónomo persa. Sólo un objeto celestial puede afectar a toda la Tierra a la vez. Aun más allá, algo de tal magnitud podía ser el resultado de la conjunción de varios planetas.

Dos, que la plaga aparece en lugares que han estado en guerra. Esto era evidente y los médicos italianos y franceses con los que se carteaba estarían de acuerdo con él. El mal cuidado de los cadáveres durante las guerras generaba putrefacción perdurable. Asimismo, la baja fecundidad durante el conflicto venía seguida de promiscuidad después de él, he ahí un desequilibrio fácil de observar.

La gran conjunción Júpiter Saturno Marte de 1341, probable causa

Con esto, Jaume ya tenía las premisas mayor y menor del silogismo con el que formular su hipótesis. Si la fuerza motriz de la plaga venía de los cuerpos celestes y ésta se manifestaba allá donde hubiera habido putrefacción, el problema estaba ni más ni menos que en el aire. Sólo un movimiento planetario podría transmutar el aire, y aunque eso por sí solo era sólo cambiar por cambiar, ese «aire cambiado» al contacto con la putrefactio desencadenaba la plaga.

Cosa que había ocurrido innumerables veces desde que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso. Isidorus Hispalensis ya legó una palabra para ello, que Jaume d’Agramunt usó en catalán: pestilència. La plaga era en verdad una pestilència: «pes-» de tempesta; «-ti-» de temps; «-lència» de «llum«.

Jaume escribe «temps de tempesta que ve de clardat, ço és a saber, de les esteles» (tiempo de tempestad que viene de la luz, es decir, de los astros). Pero aún le falta recurrir a muchos más sabios de la antigüedad, lo más difícil está por llegar. Hay que saber cómo prevenirla.

Según los arcanos escritos, hay dos tipos de pestilència, la natural y la moral. Según los síntomas, debería ser la primera, que provocaba «corrupcions e morts soptanes e malauties diverses«, ya que la segunda traía consigo «enemiztats e rancors, guerres e robaments, destruccions de lochs e morts» y eso no parecía el caso.

Trabaja contrarreloj. Si la pestilència llegaba a Barcelona en breve, pues era evidente que así lo haría si no lo había hecho ya, nada impediría su alcance a todo Levante y quién sabe si más allá del mar de Alborán hasta Portugal o Inglaterra. Debe seguir soplando el polvo de las tapas de los códices y hojeando los pergaminos.

Los cuatro elementos según un tratado medieval

Los cadáveres responden al elemento fuego, obvio, eso se sabe desde Aristóteles. También de las entrañas de la tierra pueden emanar vapores tóxicos. El agua puede ser corrupta. Los efluvios de estos tres elementos quedan atrapados en el aire, aire que se mueve a través de los vientos. Las piezas del puzle encajaban.

La peste se contagiaba en un primer momento por el aire intoxicado. Ese aire luego se aposentaba y allí donde lo hacía, fuera en una persona o en sus alimentos, contaminaba. Esto explicaba que la peste se moviera de región en región y de persona a persona, no distinto a la lepra o la tiña. Todo tenía sentido.

Sin embargo, la información desde Montpellier especificaba que había gente más propensa que otra a contagiarse. El sabio de Agramunt concluye que aquellos con los poros y orificios corporales más dilatados tienen más posibilidades de absorber la pestilència, cosa lógica, así que prevé que aquellos que han comido y bebido demasiado, aquellos que han fornicado en exceso y aquellos que han abusado de baños calientes estarán en una situación de extremo riesgo.

Una vez alguien se contagiaba, ese poco de aire pestilente se abría paso hasta el corazón y allí se multiplicaba, corrompiendo la sangre y dando una explicación a los bubones y las manchas negruzcas en la piel.

Fresco en la abadía de Lavandieu sobre la Peste Negra. Destáquese «Mors», arriba (s.XIV)

Según la información que tenía, el último estadio de la enfermedad era la parálisis, cosa que preocupaba sobremanera a Jaume d’Agramunt. Era importante asegurarse de que el difunto lo estaba realmente para evitar enterrar a los vivos. En sus notas, aconseja poner un retalito de tela junto a la nariz para comprobar la respiración y poner un vaso de agua sobre el pecho para ver si el corazón aún late. Esto lo sabía cualquier bon metge, pero hay algo nuevo que empieza a rondar en su cabeza: cuando llegue la plaga no habrá suficientes médicos formados para entender herméticos tratados. Por lo tanto, Jaume empieza a escribir pensando en los vulgàs (gente común) e incluye descaradamente estos consejos obvios por si acaso.

Siguiendo la misma línea, lo escribe todo en catalán, porque hay mucha más gente que lo puede entender que no el latín académico. A medida que pasan los días y va llegando a conclusiones, tiene cada vez más claro cual es su objetivo: lo resumirá todo de la forma lo más fácil posible para que pueda divulgarse rápidamente.

Fragmento del texto de Jaume d’Agramunt, «en lo any 1348»

Jaume d’Agramunt redacta el «Regiment de preservació a epidemia e pestilencia e mortaldats«. Apenas son catorce páginas. En ese texto, insiste en el tema del aire y la importancia de alejar las ciudades de la podredumbre, tanto de cadáveres animales o humanos, así como del estiércol. A título individual, mantener a raya los sentimientos de ira, tristeza, soledad y miedo, pues podrían atraer la pestilencia moral además de la natural.

Finalmente, tener la tierra limpia, evitando arrojar heces por las calles; mantener el aire limpio dejando las ventanas abiertas; evitar relaciones carnales y proteger el agua de los pozos, así de esta manera serían los cuatro elementos impolutos los que harían que el aire corrupto no se aposentase en la ciudad y generase la infecciosa miasma.

Entrega sus manuscritos a los paers (ayuntamiento) de Lleida y les dice que hagan tantas copias como puedan y las entreguen a todo aquel que consideren.

Palau dels Paers en Lleida, en la actualidad

Lleida no está preparada aún de ninguna manera para lo que está por venir, pero él sí. Podrán enviarse copias a todas partes, y aunque el texto no incluye una cura, sí es prístino respecto a su prevención. Lamentablemente, esas copias tardarán en hacerse y serán muy escasas.

Es 24 de abril de 1348 y Jaume está orgulloso de su proeza. Ha escrito el primer tratado sobre la Peste Negra escrito en Europa, sin haberla visto siquiera. Los investigadores del futuro descubrirán que se adelantó dos meses a los escritos en Perugia y Nápoles, seis meses al que se escribirá en La Sorbona de París. Su obra influirá decisivamente en el tratado de Montpellier del año siguiente, escrito por un tal Juan Jacobi, quizá alumno suyo, que estará en vigor durante siglos.

Cuando llegan noticias desde Barcelona, Jaume sabe que queda muy poco para que la pestilència clave sus zarpas en Lleida. Le pide al ayuntamiento que vete la entrada de extranjeros a la ciudad hasta que él los inspeccione, pero la petición cae en saco roto. En cualquier caso, cumpliendo su juramento como médico, él estará atento para atender los primeros casos tan pronto aparezcan.

Debido a su temprano contacto con los primeros infectados, Jaume d’Agramunt será de los primeros en morir por la plaga en Lleida. A su muerte, el ayuntamiento de Lleida le dará un generoso sueldo a su viuda como recompensa.

E ja sie açò que universalment tota mort sie molt terrible, emperò mort sobtana és molt periyllosa specialment quant a la ànima. Es encara…

¡Esto no ha terminado aún! La Peste Negra en Barcelona: epílogo.

1 COMENTARIO

  1. Estoy disfrutando mucho leyendo estos capítulos de la peste negra, tanto como en vuestros magníficos tours!! En el de hoy me quedo con esta frase:
    Jaume II el Justo, el rey trovador, que dijo «mis gentes no pueden mendigar ciencia en otras tierras» (1299)
    Que lástima que esto no se cumpliera más!! La Ciencia deberia ser la primera prioridad de todos los goviernos

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