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Leyendas Urbanas: Los Perros de El Corte Inglés

El siniestro edificio que preside plaza Catalunya, tan gris, brutal y frío, es escenario de un buen puñado de leyendas en esta querida ciudad nuestra. La vinculación de la empresa con el Régimen y su hermetismo corporativo pergeñaron el caldo de cultivo perfecto en el imaginario colectivo de la ciudad.

Desde su misma apertura, siempre hubo gente que susurraba cosas de ese edificio, siempre asegurando que conocían a la persona que hizo o descubrió esto o aquello. 

¿El señor que a cambio de mil pesetas entraba y te sacaba un par de zapatos de piel? Conozco a uno que sabe quién es. ¿Espejos giratorios en los probadores? No te rías, conozco a uno que conoció a una que se llevó un susto una vez. ¿Pases de modelos en lencería para clientas adineradas? Sin duda. ¿Túneles que conectaban el sótano con ruinas romanas, medievales o refugios de la guerra? Cuántos quieres. ¿Historias de “el cuartito” donde te interrogaban los seguratas? De todos los colores.

Pero había un mito que superó a todos los demás: los dóberman de El Corte Inglés.

Imagen: Martínez Lapeña-Torres Arquitectos

Decía la leyenda que por las noches no eran guardias humanos los que patrullaban el edificio, sino una jauría de dóberman. Perros negros, entrenados desde que nacieron para derribar y desgarrar a todos los intrusos que tuvieran la mala fortuna de estar en su territorio. Perros feroces, enclaustrados durante el día y alimentados con las sobras del supermercado para mantenerlos hambrientos. Perros guardianes, con unos collares eléctricos que les daban descargas si orinaban. Perros de presa, condenados a rondar por las plantas en busca de aquellos que pensaron que era un buen plan esconderse después del cierre para robar o darse un banquete. También, pues como buena leyenda tenía varias versiones, para quienes se quedaban dormidos o soñaban tener aventuras amorosas una vez pasada la hora del cierre. 

Incluso tenía sentido que el edificio no tuviera ventanas pero sí gruesos muros, para así disimular el ruido de los ladridos nocturnos. A primera hora, una brigada especial devolvería a los canes a sus jaulas y dispondría diligentemente de las víctimas en las calderas del sótano. Uno podía escuchar sus gruñidos si posaba la oreja junto a los túneles de ventilación.

Se mire como se mire, un cuento con moraleja para disuadir a ladronzuelos o a todos aquellos que fantaseaban con quedarse toda la noche a su antojo disfrutando de lujos y comodidades inalcanzables.

Foto: Martínez Lapeña-Torres Arquitectos. Mediados de los 80

Es esta una leyenda con todos los elementos típicos de los 80 y he ahí la pista clave para desentrañar el misterio: ya habían aparecido los primeros videoclubes en la ciudad. Las películas de estreno como Excalibur o Indiana Jones se alquilaban a 300 pesetas, fueren Beta o VHS. Pero en el otro pasillo (el de las pelis X no, el otro) había un montón de pelis antiguas a 100 pesetas (veinte duros) al día. Esas pelis viejunas solían ser pelis de guerra o de vaqueros, clasicazos de los 50 o pelis cutres que en Estados Unidos se emitían directamente en televisión y aquí se distribuían directamente a vídeo.

Una de tantas de esas pelis cutres, que nunca tuvo publicidad, nunca fue aclamada por la crítica y nunca llegó a ser conocida por el gran público, fue “Trapped”. Era una peli mala de 1973, de miedo. Iba sobre un tipo al que le atracan y le dejan KO en un centro comercial. Al despertarse, la sangre atrae a los perros guardianes y él debe huir por las diferentes tiendas y sobrevivir hasta que el centro vuelva a abrir a la mañana siguiente.

En español se dobló como “La Patrulla de los Doberman” (sic) y alguien la tuvo que ver. Seguramente ese alguien la comentó a sus amigos y dos telediarios más tarde ya teníamos leyenda urbana. Sólo había que adornarla un poco y disimular su origen.

La Patrulla de los Doberman, quién leñe diseñaba las carátulas, si parece un perro juguetón (VHS)
“el regaló que su papá le prometió” PEDAZO de SINOPSIS
y “autorizada para todos los públicos” por favor esto es oro (en BETA)

En verdad, si uno lo piensa bien y lo analizamos en retrospectiva, esa leyenda urbana era un símbolo de algo intangible: ya estábamos preparados para abrazar el capitalismo galopante igual que los demás. Nos pusimos al día gracias a esas cintas de cien pesetas al día.

La Patrulla Canina, cómo hemos cambiado

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